En los dos posts anteriores sobre a qué suelen derivar la izquierda y la derecha vimos que seguir una determinada ideología hasta un extremo es tremendamente nocivo para la sociedad que así proceda. La evidencia histórica así lo demuestra: no será original mentar los desastres causados por el comunismo y el fascismo, pero son la mejor demostración de este fenómeno.
Bueno, es que limitarse al eje izquierda-derecha es simplificar mucho las cosas, diréis. Da igual: si consideramos más ejes de coordenadas políticas, como por ejemplo el eje de autoritarismo-libertarismo, no hace falta ser muy brillante tampoco para deducir que en el primer extremo se llega a una dictadura y en el segundo se llega a una anarquía, opciones que tampoco parece que lleven a sociedades precisamente ideales.
Es más, la historia también nos enseña que, si una determinada corriente se asienta en una sociedad por el tiempo suficiente y no se equilibra mediante las fuerzas opuestas de otras corrientes, lo normal es que acabe derivando más pronto o más tarde a su correspondiente extremo hasta que esa sociedad estalla. Además, una vez que entra en ese deriva el proceso se acelera, ya que al tener un dominio cada vez mayor se censuran las ideas disidentes cada vez con mayor vehemencia. O directamente se erradican.
Hay varias maneras de "estallar": que se produzca una revolución interna que deponga al poder, que se inicie algún tipo de guerra o conflicto armado que suma a esa sociedad en el caos o la destruya, que ese territorio quiebre económicamente y entre en bancarrota, que esquilme sus recursos materiales con la consiguiente carestía de materias primas básicas... De nuevo, basta echar un vistazo
a la historia para encontrar numerosos ejemplos de las distintas formas de explotar.
Quizás esta sea la razón por la que en cualquier tema social de manera espontánea las opiniones tienden a polarizarse en dos bandos contrapuestos, para así ejercer de contrapeso cuando una de las dos creencias gana demasiados adeptos. Y cuanto más se polariza una más se polariza la otra: es como si tuviéramos codificado de manera interna el convencimiento de que lo ideal es el equilibrio central.
El problema es que, incluso con esta tendencia natural, ninguna sociedad ha conseguido mantenerse en ese equilibrio durante demasiado tiempo. Viene a ser como el giro de una peonza: mientras está dando vueltas de manera equilibrada sobre el eje central se mantiene estable, pero acaba por llegar un momento en el que el peso bascula hacia uno de los lados y la peonza vuelca. Puede ser por la izquierda, por la derecha, por arriba, por abajo o por las diagonales, pero el caso es que vuelca irremisiblemente y hay que volver a poner la peonza a girar otra vez.
La película Origen (Inception) me viene de perlas para ilustrar esto: en ella, el protagonista interpretado por Leonardo di Caprio utiliza precisamente una peonza para saber cuándo está en un sueño (no deja de girar) y cuándo se trata de la vida real (acaba venciéndose). Justo como lo que venimos explicando: en el mundo real la sociedad-peonza vuelca siempre en algún momento.
Al final de la película se muestra una peonza que aparentemente gira para siempre sin caerse, pero el corte del plano nos deja con la duda de si eso es así o termina por caer. ¿Era entonces todo un sueño o no lo era? No lo sabemos, ¡esa es la gracia!
Pues bien, yo creo sinceramente que se puede hacer que el sueño y la realidad sean indistinguibles: es posible que la peonza en el mundo real siga y siga girando. No es utópico pensar que se puede conseguir esa sociedad equilibrada.
Eso sí, al igual que con las dietas no es nada sencillo eso del equilibrio. Prueba de ello es que absolutamente ninguno de las sociedades que los humanos hemos creado hasta ahora lo ha logrado (aunque es verdad que algunos intentos han estado más cerca que otros).
Os iré desvelando poco a poco los ingredientes de la receta, pero ya os adelanto que esa receta no tiene nada de mágica. Más bien justo lo contrario...