jueves, 2 de junio de 2016

La peonza social

Resultado de imagen de inception spinning top


En los dos posts anteriores sobre a qué suelen derivar la izquierda y la derecha vimos que seguir una determinada ideología hasta un extremo es tremendamente nocivo para la sociedad que así proceda. La evidencia histórica así lo demuestra: no será original mentar los desastres causados por el comunismo y el fascismo, pero son la mejor demostración de este fenómeno.

Bueno, es que limitarse al eje izquierda-derecha es simplificar mucho las cosas, diréis. Da igual: si consideramos más ejes de coordenadas políticas, como por ejemplo el eje de autoritarismo-libertarismo, no hace falta ser muy brillante tampoco para deducir que en el primer extremo se llega a una dictadura y en el segundo se llega a una anarquía, opciones que tampoco parece que lleven a sociedades precisamente ideales.

Es más, la historia también nos enseña que, si una determinada corriente se asienta en una sociedad por el tiempo suficiente y no se equilibra mediante las fuerzas opuestas de otras corrientes, lo normal es que acabe derivando más pronto o más tarde a su correspondiente extremo hasta que esa sociedad estalla. Además, una vez que entra en ese deriva el proceso se acelera, ya que al tener un dominio cada vez mayor se censuran las ideas disidentes cada vez con mayor vehemencia. O directamente se erradican.

Hay varias maneras de "estallar": que se produzca una revolución interna que deponga al poder, que se inicie algún tipo de guerra o conflicto armado que suma a esa sociedad en el caos o la destruya, que ese territorio quiebre económicamente y entre en bancarrota, que esquilme sus recursos materiales con la consiguiente carestía de materias primas básicas... De nuevo, basta echar un vistazo 
a la historia para encontrar numerosos ejemplos de las distintas formas de explotar.

Quizás esta sea la razón por la que en cualquier tema social de manera espontánea las opiniones tienden a polarizarse en dos bandos contrapuestos, para así ejercer de contrapeso cuando una de las dos creencias gana demasiados adeptos. Y cuanto más se polariza una más se polariza la otra: es como si tuviéramos codificado de manera interna el convencimiento de que lo ideal es el equilibrio central.

El problema es que, incluso con esta tendencia natural, ninguna sociedad ha conseguido mantenerse en ese equilibrio durante demasiado tiempo. Viene a ser como el giro de una peonza: mientras está dando vueltas de manera equilibrada sobre el eje central se mantiene estable, pero acaba por llegar un momento en el que el peso bascula hacia uno de los lados y la peonza vuelca. Puede ser por la izquierda, por la derecha, por arriba, por abajo o por las diagonales, pero el caso es que vuelca irremisiblemente y hay que volver a poner la peonza a girar otra vez.

Resultado de imagen de inception spinning top

La película Origen (Inception) me viene de perlas para ilustrar esto: en ella, el protagonista interpretado por Leonardo di Caprio utiliza precisamente una peonza para saber cuándo está en un sueño (no deja de girar) y cuándo se trata de la vida real (acaba venciéndose). Justo como lo que venimos explicando: en el mundo real la sociedad-peonza vuelca siempre en algún momento.

Al final de la película se muestra una peonza que aparentemente gira para siempre sin caerse, pero el corte del plano nos deja con la duda de si eso es así o termina por caer. ¿Era entonces todo un sueño o no lo era? No lo sabemos, ¡esa es la gracia!

Pues bien, yo creo sinceramente que se puede hacer que el sueño y la realidad sean indistinguibles: es posible que la peonza en el mundo real siga y siga girando. No es utópico pensar que se puede conseguir esa sociedad equilibrada

Eso sí, al igual que con las dietas no es nada sencillo eso del equilibrio. Prueba de ello es que absolutamente ninguno de las sociedades que los humanos hemos creado hasta ahora lo ha logrado (aunque es verdad que algunos intentos han estado más cerca que otros). 

Os iré desvelando poco a poco los ingredientes de la receta, pero ya os adelanto que esa receta no tiene nada de mágica. Más bien justo lo contrario...

domingo, 29 de mayo de 2016

La derecha y su tendencia a incrementar la desigualdad

Resultado de imagen de inequality



El último día comentábamos cómo lo malo de la izquierda es cuando lleva su concepto de "igualdad" demasiado lejos, deformándolo y haciendo a la fuerza que todo el mundo sea igual. Como la gente de partida no lo es, se llega a unas imposiciones artificiales, que además casi sin excepción consiguen una homogeneidad por el nivel bajo: educación deficiente, pobreza, lenguaje feo y antinatural, etc, etc.

Puesto que sucede esto y los humanos, por muy inteligentes que nos creamos, siempre tendemos a polarizarnos en dos bandos sin optar por soluciones intermedias, el otro gran bloque es el de la derecha, que propugna justo lo contrario: dejar libertad, considerar que el individuo es más importante que la colectividad, no imponer las cosas y creer en una especie de regulación sobrenatural (ahora lo llaman "el mercado") que hace que en la sociedad salga más beneficiado el que más se lo merece, el que ha hecho más esfuerzo por ello.

Como creencia es bonita, pero utópica. La triste realidad no funciona así. Es cierto que a la gente hay que darle un margen de maniobra y no intentar regularlo todo, ni darles todo hecho, ni ser excesivamente paternalista. Ahora bien, si das libertad absoluta y no estableces unas líneas maestras, un armazón y unas normas básicas que todo el mundo tiene que cumplir, lo que sucede espontáneamente es que hay unos cuantos individuos que acaban imponiéndose sobre los demás y establecen unas normas de facto. Unas normas que obviamente favorecen de manera descarada a sus intereses y dejan a la gran mayoría a la altura del betún.

En tiempos esa minoría dirigente adquirió las formas de los estamentos de la nobleza y la aristocracia, que se sustentaban en el clero y los ejércitos para domeñar a la clase baja, mucho más numerosa pero sin apenas recursos. Hoy en día la cosa se ha sofisticado más, y ahora los que dominan operan desde despachos de dirección de bancos y empresas, mientras que la gran masa son los curritos que trabajan para ellos. Es cierto que el nivel de vida general ha subido mucho incluso para esa clase baja (gracias sobre todo al progreso científico-tecnológico), pero lo que es la jerarquía social y los modos de esa clase dirigente apenas han cambiado.

El discurso con el que justifican su preponderancia es siempre el mismo: si hemos llegado a esta posición acomodada es porque lo merecemos y somos superiores (porque somos más listos, más fuertes o somos los elegidos por algún dios de turno), y si no somos nosotros los que manejamos el cotarro entonces se va todo al carajo (el famoso "nosotros o el caos"), dado que somos superiores.

Si de verdad hubieran llegado ahí por mérito y esfuerzo, vale (de hecho, es lo que yo consideraría ideal, una meritocracia genuina). Pero no, casi nunca es por eso: es por ambición desmedida, por falta de escrúpulos, por querer ser más que los demás haciendo lo que sea necesario. Y una vez que ya se ha formado la casta es un club todavía más cerrado e inmerecido: llegas a él o directamente por nacimiento (algo totalmente contrario al cacareado mérito) o por invitación o beneplácito de alguien que ya está ahí (a cambio de algún tipo de favor, lógicamente).

Al llegar ahí por ser malos bichos y no ver más allá de sus propios intereses, el tipo de sociedad que establecen es una que les favorece más y más. Acentúan los privilegios y desigualdades, para intentar saciar sus ansias de dominio y de estar por encima: crean guetos de ricos en las ciudades y colegios para la élite inaccesibles para el público general, precarizan en lo posible el trabajo realmente productivo mientras en los consejos directivos deciden ellos mismos sus disparatadas remuneraciones (y si les dejan vuelven a imponer la esclavitud), favorecen la economía especulativa del capital frente a las rentas del trabajo, y así con todo.

Y no intentes poner coto para intentar crear una sociedad más "justa" e igual, porque en realidad la vida es justa pero tú no lo ves: el sistema premia a los virtuosos, y si tú estás ahí abajo es porque no lo eres, asúmelo. No es de extrañar que la derecha y la religión vayan unidas, porque la idea es la misma: yo te digo lo que tienes que hacer porque soy quien tengo la autoridad (real o moral) y merezco tenerla, tú obedece porque son unas normas que te llevan a la virtud (de lo contrario el caos, Sodoma y Gomorra), y si me sirves bien y te esfuerzas mucho al final te llegará tu premio (entrar en la casta dirigente o en el cielo).

Pero ese extremo también lleva al desastre, al igual que el extremo de la izquierda de la igualdad absoluta. El hecho de vivir en sociedad hace que incluso esa raza de semidioses dependa de la gran masa, por muchos bienes que acaparen y muy subyugada que la tenga. Es más, por la finitud de recursos y por el esquema impuesto, esa sociedad tiene que ser piramidal, de forma que los de abajo son mucho más que los de arriba. Si los de la cúspide se pasan y tiran de la manta demasiado, todo se derrumba como un castillo de naipes: mientras que en la antigüedad podía por ejemplo no llegarte el pan si los agricultores decían que hasta aquí hemos llegado, en la actualidad las empresas que diriges no podrán vender nada al no haber demanda y se te hundirá el negocio irremisiblemente.

De ahí el peligro de no regular ni poner límites, y de dejar que un grupo sea mucho más poderoso que los demás. Pero la solución tampoco es pretender controlarlo todo, ni pretender una Arcadia feliz en la que todos vivan en perfecta armonía y homogeneidad. El equilibrio está en un lugar medio, pero es tan difícil convencer de que los extremos son igual de nocivos, y que la gente no sea pendular...

martes, 10 de noviembre de 2015

La izquierda y su tendencia a forzar la igualdad


Diréis que qué anticuado esto de seguir hablando de izquierda y derecha, cuando ahora nos intentan convencer de que esa discusión está superada. Es cierto que es demasiado simplista el usar un solo eje izquierda-derecha, así que me basaré en el diagrama de arriba de 2 ejes que, además del susodicho, utiliza otro de autoritarismo-liberalismo para distinguir mejor las distintas ideologías.

Hoy vamos a centrarnos por tanto en la parte izquierda del cuadro, tanto arriba como abajo. Las definiciones de qué se mide en los distintos ejes no están del todo claras y están por tanto sujetas a interpretación, pero se puede decir en general que lo que propugna la izquierda es:
  • Que los estados intervengan y participen en la economía de manera activa.
  • Que en cambio no lo hagan en materias éticas, morales y religiosas.
  • Que dichos estados garanticen servicios considerados básicos (sanidad, educación, pensiones, vivienda, transporte...).
La manera en que se intentan cumplir estos puntos en la práctica es mediante la homogeneización, de forma que exista por ejemplo una educación obligatoria hasta cierta edad, cuyas líneas fundamentales y normativa las decide el propio estado. De igual modo, también establece las pautas que debe seguir la economía, como puede ser en lo que respecta a impuestos y tasas.

Para mí está claro que tiene que haber algún tipo de normativa básica establecida por los poderes públicos, que no tenga ambigüedades ni excepciones y que no esté sometida a los vaivenes y dictámenes de gobiernos particulares, sino que se mantenga en general inalterada, debido a que se estudió muy mucho en su momento qué incluir ahí. Algo así como una constitución, pero no sólo en materia de derecho, sino en todas las demás áreas básicas para que un estado funcione: tiene que haber unas líneas maestras de planes educativos, sanitarios, de infraestructuras y transportes, de inversión en tecnología, de normativa económica, de cumplimiento medioambiental, etcétera. Y no sólo tienen que existir y las tienen que acatar los sucesivos gobiernos de ese estado, sino que tienen que castigar con mucha dureza a quien se las pretenda saltar.

Es decir, que el estado tiene que acotar cuáles son las líneas de actuación y establecer unos límites claros sobre qué se puede y qué no se puede hacer para cumplir con esos objetivos. Ahora bien, la manera concreta en que uno busque cumplir dichos objetivos sin salirse del tiesto debe ser lo más libre posible: reglamentar sí, pero no en exceso, porque eso nos llevaría al autoritarismo en el eje vertical. Pero tampoco dejar que hagas lo que te dé la gana, puesto que los límites y los objetivos están determinados de antemano, y ay de ti si te los saltas.

Con un ejemplo se puede ver mejor: en materia educativa pienso que deben existir unas materias de enseñanza acordadas, así como unos contenidos mínimos que todo el mundo tiene que salir sabiendo. Pero ya si un profesor decide enseñar su asignatura de una manera o de otra tendría que ser según su propio criterio. Que no le vengan psicopedagogos modernos sabiondos a imponerle metodologías, lenguajes no sexistas, que la severidad traumatiza y demás mandangas, porque él es el que conoce mejor su negociado.

Sé que es difícil llegar a este equilibrio. Como implica ser cuidadoso y pensar muy bien las cosas, lo normal es que se acabe tirando para algún extremo y se mande el equilibrio a tomar viento. En el caso del extremo izquierdo, la deriva llega porque se tiende a igualar a toda la población de manera excesiva. Partiendo de una base loable de igualdad (de oportunidades), ese concepto de "igualdad" se entiende mal, se retuerce y al final se fuerza una igualdad que espontáneamente no existe.

El caso del lenguaje es muy claro. La igualdad de oportunidades significa que hombres y mujeres tienen que tener las mismas posibilidades de acceder a un trabajo, que para un mismo puesto tienen que cobrar lo mismo, y que no se debe discriminar a nadie por el sexo que tenga. Pero no significa que se imponga decir sandeces como "todos y todas", aduciendo un supuesto sexismo en el lenguaje que no es tal. Así no se consigue ninguna igualdad: lo que se consigue es retorcer el lenguaje de una manera antinatural y absurda, por hacer caso a gente absolutamente desquiciada a la que no se debería tener en la más mínima consideración.

Las izquierdas extremas llevan este desquiciamiento del lenguaje "políticamente correcto" a todos los extremos de la sociedad. El ejemplo paradigmático es el comunismo de Corea del Norte, en el que literalmente todo el mundo tiene que ser igual, de forma que los desfiles en Pyongyang parecen dominós gigantes en los que todas las fichas se mueven al compás. Por estar reglados hasta están reglados los cortes de pelo posibles, y nadie puede llevar el del amado líder más que él (por suerte, ya que es verdaderamente horroroso).

Al final todo se reduce a lo mismo: es cierto que se tienen que garantizar unos derechos básicos y unas condiciones mínimas de vida, pero eso se tiene que hacer sin reducir a todo el mundo a ese mínimo. Yo tengo que hacer que mi gente tenga un mínimo nivel educativo, pero no a base de bajar el nivel de todos para adaptarse al del más bruto. Ése se tendrá que esforzar para llegar al mínimo, porque yo me he cuidado antes de poner ese mínimo en un nivel realista, y a la gente que vale para estudiar la tendré que estimular en vez de rebajar. Lo mismo en términos económicos: tiene que existir algún tipo de salario mínimo o de subsistencia, pero eso no debe significar que los salarios generales sean de miseria, sino que en lo posible se ajusten meritocráticamente. Si alguien merece cobrar más porque hace su trabajo mejor que otro, o porque su trabajo tiene más mérito, que así sea.

Lamentablemente, los partidos de izquierdas hoy en día son absolutamente incapaces de defender estos derechos básicos, debido a que quienes de verdad mandan en el mundo (bancos y grandes corporaciones) les interesa justo lo contrario, es decir, que se desregule lo poco que va quedando regulado y puedan disponer ellos sin ningún tipo de limitación.

Esta impotencia provoca que vuelvan a su vieja tendencia de homogeneizar y forzar igualdades antinaturales, pero para más inri en temas secundarios, a los que dan un bombo desmedido para que parezca que tienen mucha más importancia de la que tienen. Ahí tenemos asuntos como el lenguaje exista, los crímenes pasionales (mal llamados "violencia de género"), los derechos de los animalitos, la criminalización de la prostitución...

El primero se inventa que es muy malo e intolerable que haya un género gramatical preponderante (que en alemán por cierto es el femenino y nadie parece montar ningún pollo), el segundo que es poco menos que un feminicidio (cuando son asesinatos despreciables, sí, pero cuya tasa es mínima: mueren más mujeres en accidentes de tráfico que acuchilladas), el tercero que los animales son iguales que los humanos (lo siento mucho, pero no, porque para bien o para mal quienes dominamos el mundo somos nosotros y no ellos, y por tanto nos damos prioridad), el cuarto que ninguna mujer puede ser puta por propio gusto o porque gana más dinero así que de otra manera (siempre tiene que ser porque alguien malvado la esté forzando)...

Y así con todo: distorsiones de la realidad que llevan a defender ideas absurdas o irrealizables (salvo que se fuerce a ello). Por muy elogiable que pueda ser el propósito inicial que lleva a estos desmadres (justicia social, igualdad de oportunidades, garantías de subsistencia...) no hay que dejarse engañar y hay que tratarlos como lo que son: trastornos que deben ser tratados.

Eso sí, ese tratamiento tampoco debe incluir el irse al otro extremo de la derecha, porque es igualmente desquiciado. De eso hablaremos el próximo día.

sábado, 10 de octubre de 2015

El gran problema

Existe una expresión ("problemas del primer mundo") que se usa para parodiar la preocupación por temas por los que sólo se puede uno preocupar si vive en una sociedad con todas las necesidades básicas cubiertas, en contraposición con los problemas en apariencia mucho más graves y acuciantes típicos del tercer mundo.

Pues bien, casi que habría que extender el sarcasmo y hablar de "problemas del mundo", porque ni siquiera al considerar asuntos como la pobreza, las hambrunas y las guerras se está llegando al verdadero meollo del asunto, a la madre de todos los problemas, al que de verdad afecta a toda la Humanidad, es la causa directa de casi todos los demás, y que de no ser atajado con firmeza va a provocar un desastre global. ¿El cambio climático? No, la superpoblación.

El motivo es puramente numérico: la Tierra es básicamente un sistema cerrado, y la población crece exponencialmente. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que esa situación, de prolongarse lo suficiente, conduce a la esquilmación de absolutamente todos los recursos básicos del planeta, y muy probablemente a nuestra extinción completa. Hay quien dirá que el crecimiento es últimamente más lento y que la exponencial parece saturarse, pero sólo es prolongar la agonía: mientras la población continúe creciendo, más pronto o más tarde se llegará a un punto crítico, porque lo que no cambia es que la Tierra sigue siendo cerrada.

Luego están también los que lo fían todo al progreso tecnológico: si la tecnología progresa más rápido que la población, una cosa compensa la otra, dicen los muy ilusos. ¿Y de dónde se creen que sale el progreso tecnológico? ¿Con qué material se hacen esos aparatos maravillosos? ¿Qué comen esos brillantes científicos para poder darle al magín? Obviamente, recursos procedentes todos de este planeta, con lo que volvemos a lo mismo. Incluso aunque consiguiéramos colonizar otros planetas, no puede ser que nuestro modo de actuar sea explotarlos uno a uno hasta la saciedad e ir en busca de otros nuevos.

Lo triste es que prácticamente nadie ve esto: pone el grito en el cielo porque se talan las selvas (cuando no es para hacer muebles, sino para aumentar la superficie cultivable para alimentar a toda esa gente), porque la pesca arrasa con los peces (no por gusto, sino otra vez para que coma cada vez más gente), porque se desecan los acuíferos y lagos (mezcla de ambas, para regar cada vez más cultivos y para que beba un número insostenible de personas), por los negritos famélicos (consecuencia de que talan sus selvas, desecan sus ríos y son cada vez más), por las guerras cruentas (que son más que nada luchas por los pocos recursos que van quedando)... Y así con todo, sin llegar a la causa última.

Es cierto que en los países desarrollados se malgastan recursos y que el consumismo es exagerado y también insostenible, pero es utópico pensar que si en el primer mundo renunciáramos a parte de nuestros privilegios y repartiéramos entre todos se iba a solucionar el asunto. Además de que prácticamente nadie va a renunciar por las buenas a sus comodidades, aunque se consiguiera forzar a ello la población seguiría aumentando y no habríamos hecho más que dar la clásica patada hacia adelante.

Tampoco es que le eche toda la culpa a los que viven en países pobres, aunque sean sin duda los que más contribuyen a la superpoblación. Entiendo que individualmente si se es pobre, de salud precaria y con pocas garantías de sobrevivir se tengan hijos como medio de supervivencia, para que provean por ti. Simplemente constato que colectivamente esa es la pescadilla que se muerde la cola: los de a tu alrededor piensan como tú, todos tenéis muchos hijos para "aseguraros" el vivir más, cada vez sois más bocas que alimentar, explotáis todavía más lo que ya está demasiado explotado, aumenta vuestra pobreza y escasez, así que decidís tener todavía más descendencia, y vuelta a empezar.

Ese individualismo innato en nuestra especie es lo que nos condena. Supuestamente tenemos la inteligencia suficiente como para poder prever las consecuencias colectivas de lo que hacemos, pero aunque sepamos que si todos hacemos lo mismo nos vamos al hoyo, al final el egoísmo puede más, el "yo a lo mío, y los demás y los que vengan detrás que arreen". Por eso ha triunfado el sistema económico imperante, que es el perfecto reflejo de esta manera de actuar: busco mi beneficio inmediato a costa de mi entorno. Sé que si todos hiciéramos lo mismo no podría ser (para yo poder vender alguien me tiene que poder comprar, con lo que tiene que tener medios para comprar, y si todo el mundo intenta explotar a todo el mundo nadie tiene esos medios), pero igualmente lo hago porque pienso que soy especial y mejor que los demás, y merezco más que ellos.

¿Qué hacer entonces? Por desgracia toda medida en esta línea tendría que ser forzosa, porque es actuar contra la propia naturaleza humana. Por las buenas obviamente no se va a conseguir nada, y cada segundo que pasa la situación es peor. Se tienen que terminar las medias tintas y asumir de una vez que la situación es crítica.

Después de mucho pensar sobre el asunto, y dado que es un problema absolutamente global, lo único que tendría sentido es una política exactamente igual en todo el mundo. En primer lugar tendría que controlar la natalidad. Algo parecido a lo que se intentó en China: con 2 hijos máximo por mujer la población se estabiliza (de hecho desciende un poco, porque siempre hay alguna muerte antes de llegar a la edad fértil). Cuando digo esto siempre me tachan de nazi, pero si se piensa bien no estoy favoreciendo a nadie: es un límite mundial que se aplica a todo el mundo, independientemente de razas, creencias, procedencia, nivel de rentas... Para todo el mundo igual, sin más.

Eh, que no puedes ir contra la libertad individual: es un derecho el tener cuantos hijos quieras. Falso: los derechos y libertades son una convención social, sujetos por tanto a debate y a modificación si las circunstancias de esa sociedad así lo requieren. Y vaya si lo requieren. En este caso la comunidad es todos los seres humanos, y si así se acordara no habría nadie privilegiado ni desfavorecido. El único derecho que se podría considerar fundamental es el de la vida, pero ese derecho aplica una vez que existe vida: si no se genera vida, o se acuerda generarla sólo en una cantidad, tampoco se está yendo en contra de ello.

Lo que sí que es verdad es que, dadas las desigualdades actuales, un límite de 2 hijos supondría una desventaja en sociedades pobres frente a las sociedades más opulentas. Está claro, así que tras la estabilización de la población habría que intentar reducir esas desigualdades en lo posible (ojo, que esto tampoco implica que todo el mundo tenga que ser exactamente igual, tema que trataré llegado el momento).

Pero primero hay que conseguir esa estabilización, y no sólo conseguirla sino mantenerla. Eso sí, suponiendo que no hayamos alcanzado ya el punto de no retorno... En fin, mejor terminar este sombrío artículo con una nota de optimismo, pensando que quizás todavía estemos a tiempo.

martes, 29 de septiembre de 2015

¿Y esto de qué va?

Pues básicamente de intentar paliar un fracaso. De los sonoros para más inri.

Iluso de mí, pretendí hace poco crear un nuevo partido político de la nada. Sí, aquí en España, el paraíso de la corrupción y la desfachatez. Sí, sin haber militado antes en ningún tipo de formación política, sindical ni nada parecido. Y aunque resulte difícil de creer hoy en día, no para forrarme como Zaplana ni para auparme al poder por el mero hecho de estar ahí arriba, sino porque debe de ser que todavía no soy lo suficientemente viejo como para haber tirado la toalla definitivamente, y mantengo el idealismo de que se podría cambiar la situación con la voluntad suficiente y mediante las personas adecuadas.

A pesar de no haber llegado ni a arrancar por no conseguir la implicación activa de suficiente gente, la experiencia fue interesante e ilustrativa. La principal conclusión que saqué es que, a pesar de que cada vez somos más quienes estamos asqueados con el panorama patrio y que desearíamos que surgieran alternativas verdaderamente rompedoras en el horizonte, es muy difícil que cualquiera se una a tu causa si no ve algo tangible de partida con lo que se sienta identificado. Como mucho nos enzarzaremos en algún debate de barra de bar o de foro de Internet intentando arreglar el mundo de manera abstracta, pero sin llegar a remangarnos la camisa y ponernos manos a la obra con hechos concretos.

El caso es que claro, para que pueda existir ya un andamiaje que atraiga a más adeptos, o cuentas con apoyos o vas listo. Aunque sólo sea para tener un ideario o un programa general que abarque los aspectos más importantes de manera coherente, necesitas colaborar con gente afín a ti y con experiencia en los distintos temas. Aparte de que si ya de primeras pretendes montar el partido centrado en tu figura y para mayor gloria de ti mismo, es que eres un megalómano y un arribista. Y una de mis bases es que a individuos así no se les tiene que dejar llegar adonde quieren llegar, como ya discutiremos llegado el momento.

Por tanto el primer paso es encontrar personas afines, para lo cual primero tienes que dejar claro cómo piensas y qué modelo tienes en mente, de forma que quien te presta atención pueda ver si coincide contigo o no. Otro problemón, puesto que nunca he sido una persona especialmente abierta. Esto, unido al hecho de que me expreso considerablemente mejor por escrito que cara a cara, me ha hecho animarme a desgranar mis ideas a través de este blog.

Eso sí, aviso a navegantes: suelo desconcertar al personal. Los de izquierdas me suelen consideran poco menos que un facha clasista, mientras que los de derechas se me imaginan quemando iglesias o asesinando niños. Los liberales me ven como un corporativista que quiere coartar su sacrosanta libertad, y los corporativistas como un egoísta recalcitrante y desconsiderado. Y así con prácticamente cualquier grupo organizado cuando me da por cuestionar sus mantras particulares, qué se le va a hacer.

Habrá quien se quede con su cliché superficial acerca de mí, quien directamente no me soporte y quien piense que soy incoherente o que directamente estoy chiflado. Bien, están en su derecho, al igual que yo estoy en mi derecho de intentar plasmar mi concepción del mundo de la manera más razonada de la que sea capaz, a ver qué pasa.

Plasmar a distancia... Sin duda, Rajoy estará orgulloso de mí cuando llegue a leerme.